El panorama internacional se encuentra marcado por múltiples conflictos armados que afectan, aun tangencialmente, tanto la estabilidad política internacional y, en ese marco, las relaciones económicas que se desarrollan globalmente y de las cuales nuestro país forma parte sustantiva, al ser una de las 20 economías de mayor tamaño en el planeta.
En efecto, no puede olvidarse que somos una economía interdependiente y profundamente integrada con los Estados Unidos de América y Canadá, naciones frente a las cuales enfrenta desafíos críticos derivados o asociados en buena medida a esos conflictos, y los cuales se agudizan por las agendas regionales más apremiantes, como la migración y la movilidad humana del sur hacia el norte.
En ese contexto, la escalada del conflicto entre Rusia y Ucrania, las tensiones en el Indo-Pacífico, y los cambios en la política exterior estadounidense y canadiense tendrán seguramente implicaciones directas sobre el futuro económico próximo de México, particularmente en el contexto del T-MEC; asunto de la mayor relevancia sobre todo ante la evidencia de que, lo hecho en los últimos años, fue totalmente ineficaz para detonar un nuevo proceso de crecimiento sostenido y sostenible. Así lo muestra la proyección que se tiene para el cierre del 2024, para el que se pronostica un crecimiento de 2% del PIB.
El conflicto entre Rusia y Ucrania, que comenzó originalmente en 2014 y se intensificó con la invasión rusa de 2022, es uno de los puntos más críticos de desestabilización global. Sus repercusiones trascienden por supuesto las fronteras europeas, pues se dan procesos mediante los cual se trastornan varias cadenas de suministro, sobre todo del mercado global de granos y cereales, de fertilizantes y de otros insumos agrícolas fundamentales para la producción global, poniendo en jaque la seguridad alimentaria mundial, además de alterar significativamente los mercados energéticos, pues hay una gran cantidad de países que consumen de manera muy relevante los hidrocarburos rusos.
No debe olvidarse que Rusia y Ucrania son proveedores clave de materias primas como el gas, el petróleo y los granos. Como producto de la guerra, se han disparado los precios de la energía, afectando los costos de producción y los índices de inflación a nivel global; expertas y expertos no descartan que, de escalar aún más el conflicto, podrían verse rápidamente efectos inflacionarios en todas las regiones del mundo.
Asociado a lo anterior, los Estados Unidos, como principal socio comercial de México, ha intensificado sus exportaciones de gas natural licuado (GNL) a Europa, lo que podría reconfigurar su política energética y generar presión para que México fortalezca su infraestructura energética, lo que implicaría no sólo acciones distintas a las implementadas en PEMEX; sino una exigencia adicional de producción de más energías limpias.
Asimismo, México importa una porción significativa de granos como el maíz amarillo, maíz blanco y trigo, por citar sólo los más relevantes; en esa medida, la idea de lograr la soberanía alimentaria, entendida como la producción autosuficiente sigue siendo solo una aspiración retórica; frente a al cual el precio de ese tipo de productos, además de los cárnicos, se ha visto afectado por la reducción de las exportaciones ucranianas a todas las regiones del mundo, particularmente a los Estados Unidos. En esa medida, la incertidumbre sobre la duración del conflicto plantea retos para la seguridad alimentaria nacional.
Por su parte, la creciente militarización de Europa, la expansión de la OTAN y el uso de armamento avanzado en el conflicto, plantean la posibilidad de un enfrentamiento más amplio, lo que exacerbaría la volatilidad económica mundial y podría aumentar las barreras comerciales y los costos de transporte para México.
Todo lo anterior obliga a pensar en la orientación de la política exterior y comercial mexicana, que en los últimos años ha tenido un acercamiento cada vez mayo con China. No debe perderse de vista por ello que la rivalidad entre Estados Unidos y China se ha trasladado al Indo-Pacífico, donde tensiones en torno a Taiwán y el Mar de China Meridional presentan otro escenario con potencial de conflicto armado. Esta situación afecta ya directamente a los flujos comerciales y a las cadenas de suministro globales, esenciales para sectores clave en México como el automotriz y el manufacturero.
Estamos ante nuevas macrotendencias que determinan una formad e globalización inestable caracterizada por una crisis generalizada del desempleo; el cambio climático y el calentamiento global; la pérdida de biodiversidad y alteración de los ecosistemas; así como desafíos enormes para los Estados nacionales impuestos por las grandes corporaciones, tanto legales, como ilegales. En efecto, por un lado, se tienen estrategias macro empresariales que no solo evaden sino que ocultan masas incuantificables de riqueza en paraísos fiscales, limitando así la capacidad de los Estados para cumplir con sus responsabilidades; y por el otro, se tiene a la macro criminalidad trasnacional, la cual amenaza la estabilidad interna y la gobernabilidad en numerosos países, incluidos los llamados BRICS y, por supuesto, México.
En todo este contexto, la política estadounidense de reducir su dependencia de China podría beneficiar a México mediante la relocalización de empresas hacia su territorio (nearshoring). Sin embargo, la continuidad de estos flujos depende de la estabilidad del T-MEC, el cual se encuentra abiertamente amenazado por Donald Trump y recientemente se han sumado cada vez más voces canadienses de retirarse del tratado si México continúa virando hacia China.
Estamos además ante una nueva era de migraciones, causadas fundamentalmente por la pobreza y la desigualdad, que ha determinado procesos de movilidad humana desde hace décadas en varias regiones; pero a las cuales ahora se suman nuevos procesos determinados, por un lado, por la violencia criminal; y por el otro, por los efectos perniciosos del cambio climático, a grado tal que los movimientos migratorios se han convertido en agendas de dimensión diplomática, determinante de las relaciones internacionales de numerosos países.
En medio de esta reconfiguración de los escenarios globales, destaca la insistencia de Canadá y Estados Unidos en temas ambientales y laborales, como el cumplimiento de estándares energéticos y el respeto a los derechos laborales en México que, de no llevarse a cabo, podrían derivar en sanciones o restricciones comerciales.
Estados Unidos ha señalado prácticas de México en el sector energético como discriminatorias hacia empresas extranjeras, lo que ha generado fricciones bajo los mecanismos de resolución de disputas del tratado. Canadá, por su parte, ha intensificado su postura en defensa de intereses específicos, como la industria láctea y minera, lo que indica un enfoque menos flexible hacia el tratado.
Es evidente que México no puede depender exclusivamente de sus socios comerciales de Norteamérica; por ello, ante la posibilidad real de perder ventajas bajo el T-MEC, México debe intensificar su diversificación comercial. Mercados como Europa y Asia, aunque desafiantes, representan oportunidades estratégicas, pero que deben ser manejadas con criterios de inteligencia política y diplomática de escala mundial, evitando mayores tensiones con nuestros socios del norte; pues si bien es cierto que no deberíamos depender exclusivamente de nuestras relaciones comerciales en esta región, también lo es que el realismo político exige de posiciones de mayor inteligencia respecto de nuestra relación con ellos, pues no estaríamos en condiciones de perder su respaldo y la interconexión de nuestras economías.
En esa lógica, urge una mejor planeación y una mucho mayor inversión coordinada en materia energética con Estados Unidos, así como la mejora en las cadenas de suministro internas lo que podrían fortalecer la posición competitiva de México frente a la incertidumbre global.
México necesita además reforzar su diplomacia económica para garantizar el cumplimiento de los compromisos del T-MEC y mitigar las tensiones con sus socios. Esto incluye abordar de manera proactiva las demandas en materia ambiental y laboral.
Es innegable que, para México, la estabilidad de su relación con Estados Unidos y Canadá bajo el T-MEC será clave para su desarrollo económico en un contexto de alta incertidumbre. Las señales de una posible cancelación del acuerdo deben interpretarse no solo como un desafío retórico, sino como una llamada real de la política y los poderes económicos de los EU y de Canadá; y en esa medida, impulsar la acción inteligente del gobierno para fortalecer su política exterior y prepararse para un escenario global cada vez más complejo.
Investigador del PUED-UNAM
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